10.5.09

ENTRE LO KITSCH Y LO NACO ... NOSOTROS

NAVEGANDO POR LA WEB ME ENCONTRE CON UNA PAGINA MUY INTERESANTE http://www.destiempos.com/num3/portada3.htm, EN LA QUE ME ENCONTRE EL SIGUIENTE ESCRITO, QUE FUE REALIZADO POR RAFAEL TORIZ, ES MUY BUENO, SU OBRA ME RECUERDA EL LABERINTO DE LA SOLEDAD DEL MAESTRO PAZ, DISFRUTENLO, MASTIQUENLO Y DIGIERANLO, MUY BUENA OBRA


Aproximaciones a una estética masificada



Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública.

Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social

Ortega y Gasset



Acaso pocos vocablos definan tan despóticamente el ser cultural del mexicano como el despectivo y no poco curioso mote de naco. Pareciera ser que está palabra (cliché), además de contar con una marcada ambigüedad semántica, ser sociológicamente displicente y políticamente incorrecta, define y encuadra las preferencias culturales de gran parte de las poblaciones urbanas: los objetos nacos constituyen un universo estético de infinitas posibilidades. De tal experiencia estética, y su relación endógena con lo kitsch, versa este ensayo.



Heterogénesis de un sentimiento

La matriz de lo naco –denominado taky por los norteamericanos, palestino por los cubanos, grasa por los argentinos y polo por los costarricenses– no cuenta con una raíz clara y verificable. Como muchos otros enigmas, su génesis se pierde en la noche de los tiempos.

¿De dónde proviene el gusto por lo estrafalario, lo dorado, las figuras de yeso correoso que semejan porcelana de lladró, las litografías de Diego Rivera, las postales del Guernica de Picasso, los yoyos musicales que tocan Para Elisa, los tirajes monumentales de escritores clásicos, la ropa de marca que suena y tiene tipografías parecidas al original (Mike por Nike) los televisores Rony, los vasos de graduaciones y quinceaños, las fotos de boda y los bodegones de papel que parecen pinturas, los pergaminos con versos de superación, los trinchadores con souvenirs de distintas ciudades, las Últimas cenas adornadas con escarcha, las figuras de la virgen de Guadalupe con coronas de foquitos navideños? Podríamos aventurar varias hipótesis: conformación del gusto estético, economías endebles, necesidad de simulación. Ninguna respondería a cabalidad.

Haciendo una escuetísima revisión bibliográfica sobre el tema, sólo he encontrado dos ensayos al respecto. Uno es de Enrique Serna, “El naco en la sociedad de castas”,[1] en donde señala que dicho nombre “se ha entronizado como uno de los calificativos más hirientes del español mexicano, en buena medida gracias a su ambigüedad. Empleado con un sentido a la vez racista, clasicista y esteticista, funciona como una palabra camaleón que varía de color según el punto de vista del injuriado”. Otro es de Carlos Monsiváis, “Léperos y catrines, nacos y yupis”, contenido en Mitos mexicanos, en donde apunta que la palabra es la aféresis de totonaco. Observa algunos rasgos característicos (fisonomía indígena, vulgaridad ofensiva, o bigote aguamielero). Sostiene con razón que el término no genera neutralización humorística, y que en resumidas cuentas es una muestra de la persistencia del racismo en la sociedad mexicana: “El naco es referencia inmejorable, y no hay palabra más apta para describir a las masas cobrizas que (…) pueblan las ciudades.”

El término naco designaba en un principio a la otredad indígena, específicamente a los grupos aborígenes del pueblo mexicano, identificando a estos individuos como personas prosaicas y sin cultura. Como señala Bonfil Batalla (México profundo), bajo esta carga semántica la palabra no es otra cosa que la negación de nosotros mismos, de nuestro pasado y presente. Concedamos esta premisa. Sin embargo, recurriendo a Perogrullo, la lengua, híspido reptil, crece, muda la piel y se transforma; por lo que el significado de la palabra ha dejado de ser un adjetivo de exclusividad indígena para comprender un campo de acción mucho más extenso.

Lo naco es algo en sí mismo, presupone y configura su propia ontología; no es más una adenda inherente a un grupo étnico o sexual, a una clase social o a un país. Actualmente todos somos susceptibles de ser nacos, o mejor dicho, cualquiera puede naquear[2]de vez en vez; y contrario a los que se cree, naquear no es algo patológico o excéntrico, por el contrario es absolutamente cotidiano. Pero ¿quién enjuicia la naquez de las cosas?, y sobre todo, ¿por qué lo hace? Respondiendo a la primera cuestión podríamos decir que cualquiera que juzga algo como naco no está sino ejerciendo plenamente la subjetividad, o como diríamos entre familia, lo naco obedece al “contentillo” del espectador.[3] Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son las categorías constitutivas, los imperativos categóricos para que algo pueda ser fidedignamente avalado como naco? Dos respuestas: a) no es más que una simple y rancia convención pequeño burguesa, en cuyo caso no necesitaríamos más razones que las de conformidad general: algo tosco, impropio, obtuso, asimétrico, vulgar, imitado, barato, desfasado o imprudente y

b) nadie lo sabe a ciencia cierta, no tiene una definición exacta, se distingue por ejemplos, no por axiomas, se define por metonimias e incluso metáforas. Con todo, algunas conductas son enteramente reconocidas y aceptadas; por ejemplo, poner plástico sobre los muebles o camisas en los asientos del auto, mala pronunciación (picsa por pizza, Dostoieski o Dostoieskin por Dostoievski) utilizar huaraches con calcetines, colocar peluche en el tablero de los coches, tener juguetes como piezas ornamentales en sala y cocina, hacer bermudas con pantalones, tomar vino nacional, sentirse europeo, vestir pants con zapatos, cortarse el pelo al estilo quetzal, traer un peine en la bolsa del pantalón, dar regalos con precio, comunicarse a silbidos, ver telenovelas, remendar el calzado, hablar con albures, obsequiar muñecos de felpa, haber sido chambelán, querer pertenecer a una clase económica superior, ser esnob, escribir poesía previa inspiración, etcétera. Actos reprobables según determinados grupos sociales, aunque no sepamos el por qué ni conozcamos bien a bien al productor primigenio de dicho discurso.

Serna sostiene que la categoría de naco es un atributo que nos llega del exterior, ya que “ignoramos nuestra condición de nacos hasta que alguien viene a echárnosla en cara.” Esto es taxativamente cierto: como el alcohólico ahogado, el naco muchas veces ignora su propia condición.

En respuesta al por qué, todo indica que es una herramienta de segregación, una marca de reconocimiento para identificar a los ungidos, selección basada en las afinidades electivas, que para el caso serían un gusto y desprecio homólogos sobre determinados actos, circunstancias u objetos. Cualquier tipo de clasificación es exclusiva, y como sabemos, los animales instintivamente tienden a crear grupos.

Ahora respiran las tribus urbanas.



Entre lo Kitsch y lo Naco: diferencias sustanciales

Estas expresiones, imposible negarlo, están cargadas de un profundo carácter despectivo y deshonroso, son apreciaciones vanidosas de la “experiencia estética” fuertemente marcadas por los parámetros culturales de la época (Zeitgeist). Negar la existencia de un escozor intolerante para todo aquello que tenga que ver con la cultura popular, y que este rechazo es una herencia directamente aristocrática, sería incurrir en alevoso desacato. Como menciona Eco, existe un desprecio hacia la masa, (¿a la homogenización cultural?), que hace presencia en el descrédito de la cultura masificada. Resulta insoportable para ciertos grupos poderosos perder sus privilegios de clase, aceptar cómo es que buena parte del capital cultural queda a disposición de grandes grupos. Ejemplo. Antaño, era bien visto entre las clases pudendas que sus jóvenes rubicundos hablaran francés e inglés. Con la democratización de la educación, esta facultad ha perdido su “privilegio”; ahora casi cualquiera habla spanglish o francés acriollado, razón por la cual la burguesía ha implementado nuevos códigos para reconocer a los individuos de su misma clase. Basta pensar en tonos de voz, centros de recreo o preferencias culturales, ante los cuales, buena parte de la sociedad clasemediera en un afán de pertenencia, ha originando un curioso híbrido absolutamente diferente a lo que pretendía ser: la llamada cultura pequeño-burguesa. Rememórese la costumbre del shopping a los Estados Unidos (Mc Allen, Bronsville, Laredo) con el deseo de emular a los vecinos ricos; importa un bledo si la ropa es de pacas o los perfumes adulterados, lo trascendente es adquirir el status de compradores trasnacionales.

Referirse a tal estado de cosas implica analizar un concepto que acaso resuma y abarque lo dicho, el arte de nuestro tiempo: el Kitsch, sublevación teórica de lo naco. Pero ¿qué es y de dónde viene el Kitsch?

Abraham Moles –El kitsch, el arte de la felicidad– sostiene que es un concepto universal que corresponde a una época de génesis estética, a un estilo de ausencia de estilo. Por su parte Hermann Broch expresa: “La esencia del kitsch consiste en la sustitución de la categoría ética con la categoría estética; impone al artista realizar, no un buen trabajo sino un trabajo agradable: lo que más importa es el efecto.”[4]

En resumen el kitsch es todo aquello que pretende ser lo que no es, simulación generalmente trivial y de menor calidad en comparación con lo que desea imitar.

El término aparece hacia 1860, siendo una derivación del verbo alemán kitschen que significa hacer muebles nuevos con viejos. Posee también un significado etimológico que relaciona lo kitsch con el verbo verkitschen, que significa chapucería, dar gato por liebre.

No obstante el kitsch, como lo naco, plantea un problema más: la naturaleza del término, ya que éste puede emplearse como adjetivo o sustantivo, inclusive como verbo. Lo cierto es que en todas sus acepciones y roles gramaticales, el o lo kitsch es considerado basura, la encarnación del mal gusto, no siendo sino hasta los setentas que, de mano del arte pop, es revalorizado y tomado en cuenta por la cultura “seria”, ya que será concebido como una distracción artística.

Podemos entonces entender a la cultura desde dos configuraciones; una antropológica-etnográfica, y otra ética-estética, ubicadas en planos distintos pero no excluyentes. La cultura no es mucha ni poca, moral o amoral; es general y particular, dinámica y estática, totalizadora e inabarcable: la cultura es el hombre y sus obras, es el mundo cogitativo, es lo que comemos y respiramos.

El hecho de que el capital cultural este cada vez más al alcance de las mayorías se debe ciertamente a que la modernización ha disminuido el rol de lo culto y lo popular. Se ha reubicado el arte y el folclor, el saber académico y los bienes culturales; se han acortado las distancias entre arte y artesanía en la medida en que el trabajo del artista como el del artesano está regido por la lógica del mercado.

Los medios se enfocan en provocar emociones vivas[5], instantáneas que atienden únicamente al aspecto formal de lo que se percibe; se socava cualquier simbolismo, no se deja nada a la imaginación ni a la interpretación, todo es imagen, sensaciones que no sugieren. Ejemplos: cuerpos desnudos y maquinales, nunca siluetas seductoras; música dirigida a la sensación, al biorritmo del cuerpo, meros estímulos cutáneos. (Trátese de distinguir alguno de los planos hipotéticos de Aaron Copland en las melodías de Ricky Martín o en los grupos happy-punketos promocionados por MTV).

Esto ocasiona, entre otras cosas, que los fenómenos presentados por los sistemas masivos de comunicación estén creados con la finalidad de entretenimiento epidérmico, que sirvan únicamente para la distracción y el ocio. Dichas manifestaciones no sólo se encuentran amordazadas ideológicamente, también obedecen rígidos principios económicos regulados por la ley de la oferta y la demanda, restringiendo y limitando las posibilidades de elección e incluso sugiriendo descaradamente lo que el público debe desear.

Este tema, infinito y seductor, exige un mayor desarrollo. Por ahora cierro el texto con dos citas. Una de Hume de su libro ya mentado: “Beauty is not a quality inherent in things: it only exists in the mind of the beholder”.

Otra de Gombrowicz, de su cuento “Escalera de servicio” contenido en Bakakäi, relato en el que el personaje principal gusta de cruzar amores con sirvientas a condición de que sean horrendas:



¿Si todas las criadas tienen novio, y si ese novio las ama, las ama apasionadamente con toda su dosis de belleza y fealdad, podría, pues, afirmarse que también la fealdad es amada? Y, si es amada, ¿Por qué se la combate? (...) si alguien se dedica a amar sólo lo bello y elegante, ama sólo la mitad del ser humano.

Rafael Toriz



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[1] En Las caricaturas me hacen llorar, Joaquín Mortiz, México, 1996.

[2] Acuño este verbo para designar la realización de un acto vulgar y reprobable.

[3] Kant, en una frase famosa, sostiene que la belleza se encuentra en los ojos de quien contempla, lo que llevaría a admitir, por una parte, que las manifestaciones artísticas mantienen una relación continua con los principios orgánicos constitutivos de la existencia y, por, otra, la preeminencia del hombre en la actividad perceptiva. Al respecto habría que añadir el análisis de la conformación del gusto realizado por Levin Schücking (El gusto literario) y las reflexiones de David Hume (Of the Standard of Taste), puesto que en gran medida el gusto imperante es el del grupo hegemónico que logra poner su marca en circunstancias específicas. Este gusto está condicionado por el público, consecuentemente conformando por élites aristocráticas o intelectuales que dictan a enormes grupos de consumidores los patrones axiológicos de las clases altas, consiguiendo incentivar la reproducción desmedida de los objetos culturales. Walter Benjamín expresa ideas nodales al respecto.





[4] “Notes on the Problem of Kitsch”, en Kitsch. The world of bad taste, ed. by Gillo Dorfles, Bell Publishing Company, New York, 1969.

[5] Sostuvo fray Benito Feijoo en una frase para los tiempos: “el vulgo valora humores”.

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